La continuidad en la meditación
Es esencial mantener la continuidad de la meditación, día tras día, porque eso hará que vaya ganando en amplitud y estabilidad, como un hilo de agua que poco a poco se va transformando en un arroyo y posteriormente en un río.
En los textos leemos que es preferible meditar con regularidad y de un modo repetido durante períodos cortos de tiempo que efectuar, de vez en cuando, largas sesiones. Por ejemplo, podemos dedicar veinte minutos al día a la meditación, y aprovechar las pausas que se producen en nuestras actividades para reavivar, aunque sólo sea durante unos minutos, la experiencia que habremos adquirido durante nuestra práctica formal. Estos períodos cortos tendrán muchas posibilidades de tener una alta calidad y mantendrán un sentimiento de continuidad en nuestra práctica. Para que una planta crezca bien, hay que regarla un poco cada día. Si nos contentamos con echarle un gran cubo de agua una vez al mes, probablemente se morirá por causa de la sequedad entre riego y riego. Y lo mismo ocurre con la meditación, aunque eso no significa que a veces se le pueda dedicar más tiempo.
Si meditamos de una manera demasiado discontinua, durante los intervalos en los que no lo hacemos volvemos a nuestras viejas costumbres y de nuevo nos dejamos influir por las emociones negativas, sin tener la posibilidad de recurrir al apoyo de la meditación. Pero cuando sucede lo contrario, es decir, si meditamos a menudo, aunque sea brevemente, nos será posible prolongar, entre las sesiones formales, una cierta parte de nuestra experiencia meditativa.
Asimismo cabe decir que la asiduidad no debe depender del humor del momento. Da lo mismo que nuestra sesión de meditación sea agradable o fastidiosa, fácil o difícil: lo importante es perseverar. Si nos aburrimos, no es por causa de la meditación, sino porque nos falta entrenamiento. Por otra parte, cuando uno no se siente demasiado propenso a meditar es cuando, por lo general, la práctica suele ser más provechosa porque está directamente relacionada con lo que representa un obstáculo en vistas a nuestro progreso espiritual.
Tal como luego veremos con más detalle, también tenemos que equilibrar nuestro esfuerzo, de modo que no estemos ni demasiado tensos ni demasiado relajados. Buda tenía un discípulo que tocaba muy bien la vina, un instrumento de cuerda parecido al sitar. Como este discípulo tenía muchas dificultades para meditar, se lo dijo a Buda: «Unas veces, me esfuerzo lo indecible para concentrarme y entonces me pongo demasiado tenso. Otras, intento relajarme, pero entonces me distiendo demasiado y llego a caer en el torpor. ¿Qué debo hacer?» A modo de respuesta, Buda le formuló una pregunta: «Cuando afinas tu instrumento, ¿qué tensión das a sus cuerdas para que emitan el mejor sonido?» «No tienen que estar ni demasiado tensas ni demasiado flojas», respondió el músico. Y Buda concluyó: «Pues lo mismo vale para la meditación: para que progrese armoniosamente, hay que encontrar un justo equilibrio entre el esfuerzo y la relajación».
También es aconsejable no conceder importancia a las diversas experiencias interiores que pueden surgir en el curso de la meditación, bajo la forma, por ejemplo, de felicidad, de clarividencia interior o de ausencia de pensamientos. Estas experiencias son comparables a los paisajes que se ven al pasar cuando se viaja en tren. Como es lógico, a nadie se le ocurriría bajarse del tren cada vez que una escena le parece interesante, porque lo importante es llegar al destino final. En el caso de la meditación, nuestro fin es ir transformándonos a nosotros mismos a lo largo de los meses y los años. En general, se trata de progresos que apenas resultan perceptibles de un día para otro, a imagen de las agujas de un reloj, que parece que no se mueven cuando las miramos fijamente. Así pues, tenemos que ser diligentes, pero no impacientes. La prisa casa mal con la meditación, porque toda transformación profunda exige tiempo.
Poco importa que el camino sea largo, no sirve para nada fijarse una fecha límite: lo esencial es saber que se va en la buena dirección. Además, el progreso espiritual no es un tema de «todo o nada». Cada paso y cada etapa aportan su lote de satisfacción y contribuyen a la apertura interior.
En resumen, lo que cuenta no es llevar a cabo de vez en cuando algunas experiencias efímeras, sino ver, al cabo de varios meses o varios años de práctica, que se ha cambiado de una manera duradera y profunda.