La quietud del presente

Al hacer meditación zen, reconocemos que las impurezas que aparecen son como nubes pasajeras en el cielo vasto de la mente. Nuestra atención, como un sol interior, ilumina su naturaleza efímera. Al verlas con claridad, dejamos de identificarnos con ellas. Nos volvemos espectadores tranquilos, viendo como llegan y se van como el flujo constante de las estaciones.

La atención consciente es como un espejo imparcial. Refleja las impurezas sin juzgar ni resistir. Observamos con ecuanimidad mientras emergen y se desvanecen. Esta observación amorosa disuelve su poder, liberándonos de la lucha contra ellas. Así, en la quietud de la mente, somos libres.

La atención continua no es una disciplina rígida, sino una danza fluida. Como el viento que acaricia la superficie del agua, nos mantenemos atentos a cada rizo de pensamiento y emoción. No es solo en el cojín de meditación, sino en cada interacción, en cada respiración, donde la atención se convierte en nuestro faro interno.

Dirigir la mente hacia lo beneficioso es como sembrar semillas de bondad en el jardín de la mente. Cuando una impureza surge, no luchamos, sino que la nutrimos con pensamientos de sabiduría. Como cuidadores sabios, permitimos que florezcan cualidades más nobles. Esta práctica constante infunde cada momento con la fragancia de la compasión.

En la práctica del camino medio no se trata de suprimir las impurezas, sino de observarlas con amabilidad. No somos conquistadores, sino observadores serenos. Las impurezas, como las olas en el océano, son parte de la danza de la vida. Al ser testigos conscientes, permitimos que esta danza se desarrolle sin resistencia.

"En la quietud del presente, encontramos la paz que trasciende las impurezas y abrazamos la plenitud del ahora; somos testigos tranquilos, reflejando la verdad efímera de la mente." - Maestro zen Wú Dǎo

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